jueves, 2 de abril de 2009

Escrito en el cuerpo.

Cuando el sexo se escribe.

Hay un curioso galardón literario que se concede hace años, y que por pudor o falta de difusión no trasciende los límites del Reino Unido. Se trata del "Premio al Mal Sexo", de la revista británica Literary Review, y su literalidad lo dice todo: la peor escena de sexo en un libro publicado en lengua inglesa se lleva los honores, puramente simbólicos. El jurado tiene fama de inclemente. En 2007 premió a Norman Mailer, que había muerto unas semanas antes, por unanimidad. Decretaron que su novela El castillo en el bosque tenía una escena "cruda y de mal gusto". La sentencia –escueta, implacable– es interesante, porque nos obliga a preguntarnos por ese terreno de límites un poco imprecisos que es el sexo en la literatura. Hay quienes afirmarán, claro, que al igual que la poesía el buen sexo en literatura no se define, sino que se reconoce. Ya sea por perderse en el giro del eufemismo, por ser fría y desabrida, o por caer en un registro vulgar que el libro no venía proponiendo, la escena de sexo mal narrada puede hundir un relato y provocar la risa irónica o el rechazo casi corporal del lector que esperaba ahí algo genial, algo que supere a la literatura. Por supuesto, la narración de escenas sexuales es un arte en sí mismo, y un gran escritor no necesariamente va a hacerlo bien. Hace algunos años se habló del tema en un blog literario local, en donde proponían, al modo del concurso británico, elegir entre los lectores la "peor escena erótica" de la literatura argentina de todos los tiempos. Uno de los reinicidentes era Borges: los párrafos que aparecían por ahí rozaban lo cómico, y era evidente que Borges no estaba procurando hacerse el gracioso. Esa puesta en abismo de una escena recortada despiadadamente de un libro y eyectada a la abstracción de un blog no hace más que evidenciar el hecho de que narrar una escena sexual es un trabajo sutil y muchas veces azaroso.


Según la escritora Luisa Valenzuela, "una buena página erótica resulta una joya especial en la literatura. Todos recordamos, creo, la escena cuando el guarda bosques le decora con flores el vello púbico a Lady Chatterly, porque las buenas páginas de sexo no tienen que ser necesariamente las que aluden al acto en sí. Entonces, son memorables muchos pasajes de Canon de alcoba de Tununa Mercado, o de Bloyd de Liliana Heer, por ejemplo. Me interesa mucho cuando las mujeres marcan –marcamos– su erotismo y sus fantasías, diferentes del canon masculino". En la otra cara, la de las malas escenas de sexo, Valenzuela dice: "pienso de inmediato en la versión en español de Deseo , de Elfride Jelinek. Algo más emparentado con la plomería que con el erotismo, pero me temo que es culpa de la traducción; no puedo leerla en el original, pero en inglés el trabajo de lenguaje es mucho más sutil y por ende mucho más interesante desde el punto de vista del erotismo, que no pasa necesariamente por la crudeza de las descripciones sino por una sutil red de insinuaciones".


Cuestión de delicadeza.

Esta idea de que la buena ejecución de una escena sexual no depende tanto de la literalidad sino más bien de la alusión y la delicadeza en la elección de las palabras es algo que parecen compartir, a grandes rasgos, quienes opinaron para esta nota. Según Viviana Lysyj, autora de libros como Erótopolis y Piercing , "la elección del vocabulario es fundamental porque la escena de sexo es básicamente visual, manual, de puesta en relieve, ahí las palabras tienen una capacidad de penetración casi fornicatoria, es un texto donde el cuerpo y sus órganos son interpelados inmediatamente por las palabras, de ahí que puedan provocar adhesión o un rechazo rotundo, según quién lea". Para Pedro Mairal "no se puede decir cómo escribir una escena de sexo. Quizá sea todo una cuestión de lenguaje. ¿Qué hacen los personajes: follan, cogen, tiran? ¿En qué registro se ubica el narrador? ¿Es elíptico, metafórico, o es directo, carnívoro, vulgar? En todo caso el placer de una escena erótica está puesto en el lenguaje, o mejor dicho en el placer de entregarse al lenguaje". Mairal es de esos autores que han incurrido a un mismo tiempo en la escritura de lo sexual en narrativa y en poesía. Y marca esta diferencia: "quizá podríamos decir que la poesía puede mostrar el buen sexo y la narrativa el mal sexo. Quizá el goce se pueda mostrar mejor en la poesía. En narrativa son mejores las escenas de sexo en las que las cosas no salen bien. Es decir, parafraseando el comienzo de Anna Karenina , todos los polvos felices se parecen; los infelices lo son cada uno a su manera. Por eso me interesa el relato de los polvos tristes, los polvos truncos, los que casi no cuentan". Quizás lo que propone Mairal, esa idea de pensar la buena escena de sexo como la que en realidad no funcionó, tenga que ver en algún punto con la necesidad de escapar a los imaginarios más fosilizados de lo sexual en la literatura.



Según Viviana Lysyj, "lo más desagradable es cuando la escena ya está cristalizada, atravesada por la doxa, por la moda, cuando ha quedado congelada en el corset del cliché (una lista que podría contener: la comidita afrodisíaca, la lingerie íntima femenina para uso de lectores que consumen una imagen femenina irradiada por los medios, las supuestas reacciones físico-emocionales que los partenaires deberían tener según el concepto expandido por la dominación audiovisual –como ese orgasmo siempre gritón, expandido, impostado, de la sociedad del espectáculo–), en fin, son malas todas esas escenas que responden a fenómenos mayoritarios y consensuados". ¿Y las buenas escenas? "Lo más interesante de una escena de sexo es también lo más interesante de un buen autor: que proponga algo anómalo, disfuncional, específico, particular, que se ubique en un ángulo diferente, que verbalice con fuerza esa energía que vive, vibra, nos obsesiona, transforma y atraviesa, que su escritura sea única e irrepetible, que le dé voz a lo indecible. Lo que cuenta es con qué potencia literaria aparece el deseo (no tanto el placer o la satisfacción) porque en definitiva para un escritor la única delectación auténtica es la de la frase".


Violencia sexual.

Se podría adoptar un tono quejoso y decir que a la literatura argentina le falta una tradición erótica fuerte, pero probablemente los grandes libros sexuales prefieran permanecer como chispazos aislados; excepciones en el pulmón de una tradición intelectual y milimétrica cuyo centro indiscutible del siglo XX fue Borges. Sin embargo, es cierto que casi todas las líneas que se abrieron en la literatura argentina después de Borges incorporaron, de un modo u otro, ese componente sexual que se había eclipsado. Podría pensarse en Manuel Puig y en Osvaldo Lamborghini como dos ejemplos disímiles e igualmente potentes que han erigido una nueva arquitectura para hacer jugar a lo sexual en su ficción. Si la generación que siguió a Borges tuvo que recuperar lo sexual desde la violencia, y en algunos casos mezclando la violencia sexual con la política, la generación más joven tiene ahora ese terreno allanado, y cuenta con otras libertades. Pero vale aclarar: la violencia, ligada a lo sexual, no fue un invento de la generación post Borges. Ya David Viñas marcó alguna vez que "la literatura argentina empieza con una violación": la de los federales al unitario en El Matadero , de Esteban Echeverría, texto fundacional de nuestras letras. Las violaciones, desde luego, siguieron apareciendo, y un puñado de ejemplos caprichosos lo atestigua: en El niño proletario de Lamborghini, en La fiesta del monstruo de Bustos Domecq, en The Buenos Aires Affaire de Puig, en Era el cielo de Sergio Bizzio. La violación estaría en el nervio mismo de nuestra genealogía literaria, y quizás la tarea literaria de las nuevas generaciones esté en proyectar caminos alternativos a ese imperativo.


Volviendo a la cuestión de la narración de escenas sexuales, hay otra división que muchos autores han marcado con énfasis: la del erotismo y la pornografía. Según Luisa Valenzuela, hay una divisoria de las aguas que es la que se da entre la literatura erótica y la pornografía. Nada tengo en contra de la pornografía, como tal, que tiene lo suyo. Pero para las buenas páginas, y no para las pajas, el trabajo de escritura es esencial porque no sólo deja espacio para la imaginación sino que se acerca a la poesía.


Al fin y al cabo si el cerebro es el principal órgano sexual del ser humano y la literatura es su mejor alimento, debemos admitir que un buen cerebro requiere comidas debidamente elaboradas. En un ensayo sobre la cuestión, el genial escritor uruguayo Ercole Lissardi (su "Trilogía de la infidelidad" acaba de llegar a nuestras librerías distribuida por Hum Editores: imperdible) sostiene que el erotismo tendría que ver con sugerir cuando la fuerza de la pornografía radica básicamente en mostrar. Son métodos distintos, eso es evidente, y Lissardi relativiza un poco el asunto: "Se nos dice que al limitarse a sugerir el artista respeta y acciona la imaginación del consumidor del producto. Pero el que muestra, y aún el que muestra hasta la minucia, también respeta y acciona la imaginación del consumidor, simplemente que la pone a funcionar a un nivel distinto: cree que sólo puede alcanzar el nivel al que aspira siendo exhaustivamente concreto".


Explicitar o no explicitar, esa es la cuestión. Hay desde luego otras cuestiones, más sutiles, más tangenciales, y que tal vez sean las que verdaderamente hacen a una narración sexual. Quién sabe. Estas líneas no pueden sino pensarse como una desesperada búsqueda de aproximación a un tema que se resiste a ser catalogado, y cuya fugacidad quizá sea su mayor fortuna. En última instancia, se trata del arte de la elusividad, ¿no?

8 comentarios:

  1. Estoy absolutamente de acuerdo. Un amigo mío decía que describir una escena de sexo era muy difícil y que debíamos de juzgar su calidad del mismo modo que la calidad de un haiku...
    Un saludo afectuoso desde España. Me he permitido incluírte entre las recomendaciones de mi blog.

    ResponderEliminar
  2. tienes mucha razon..

    ResponderEliminar
  3. Marie-Agustine:
    Un sesudo, exhaustivo, fundamentado y muy buen análisis del erotismo y la pornografía en la literatura.
    Ahora bien.
    En mi humilde manera de entender las cosas, nada es erótico O pornográfico si está bien estructurado en el contexto.
    ¿Qué quiero decir con esto?
    A ver: en la vida cotidiana, si nos damos un martillazo en el dedo no decimos: "¡Oh! ¡Caray! ¡Qué golpe me he propinado!", sino que somos más proclives a: 1) sujetarnos el dedo con fuerza, ponernos colorados o sacudir la mano, sin decir palabra porque es tanto el dolor que nos quedamos sin habla; ó 2) Decir, con la correspondiente vehemencia: "¡Pero la RPMQLRMREPARIIIIÓ, me hice mierda un dedo!"
    En la vida real, por lo menos yo, no digo: "Si usted me permtie, amada mía, sería grato para mí introducir mi pene en su vulva y frotarlo hasta alcanzar ambos el orgasmo, lo que nos llenará de dicha".
    "Concha", "culo", "pija", "cojer"... ¿son malas palabras?
    Yo no creo ni en las "buenas palabras" ni en las "malas palabras". Si están ahí, es porque se usan y, entonces, son palabras.
    Que a algunos les "de cosita" el escucharlas o leerlas, es una cosa; que se usen a menudo, es otra.
    Tomemos a Joyce, por ejemplo: una cosa es su obra "respetable", por llamarla de alguna manera, y otra las cartas que le escribía a su amada. Le aseguro, Marie-Agustine, que James no se priva de llamar a las cosas por su nombre, en sus cartas, que han sido recopiladas en un volumen dedicado a Nora.
    ¿Es menos "prestigioso" por ello?
    ¿Es pasible de ser demonizado con el rótulo de "pornógrafo"?
    Y en lo que a los argentinos compete, tanto en literatura como en cine, lo desagradable no resulta lo que se dice, sino en el momento en que se dice. Y para eso, parecemos tener una curiosa predisposición al "mal gusto".
    Por último, las modas influyen. Hace 20 años atrás, no se podía decir "teta" en un programa de TV. Hoy, todo tiene ese regusto a "obsceno" (fuera de escena), que da náuseas.
    Consecuente (al menos eso creo), con esto que escribo, con Lolita hemos dividido nuestros blogs -para no mezclar el chorizo con la velocidad-, y uno es el cotidiano más "sentimental" (por así llamarlo), y el otro es nuestro "rincón guarro", donde las cosas se llaman por su nombre.
    Es mi humilde opinión al respecto, digo.
    Mis respetos,

    El Profesor
    PD: Me "prendo" como seguidor en su blog, por lo profundo, atractivo y fundamentado de sus post.

    ResponderEliminar
  4. me parecio un post muy interesante.
    un besoo

    ResponderEliminar
  5. mucha teoría, poca práctica. al muchacho/a de la Ñ le falta ponerla.

    ResponderEliminar
  6. (y hay un par de violinazos circulando...)

    ResponderEliminar
  7. la sensibilidad humana, a veces es poca a temas tan sublimes*

    besosdulces*

    ResponderEliminar
  8. El sexo escrito me gusta cuando te permite iomaginarlo todo, te crea el ambiente que deseas y te provoca hacer todo lo que lees e imaginas... Cuando te olvidas que tu no eres la protagonista y gozas como si lo fueras.. Ese es buen sexo escrito y he encontrado muchos tuyos que me han gustado.

    ResponderEliminar